Que un grupo icónico, como lo es RHCP, decida iniciar su gira en nuestro país ya es algo reseñable y digno de mención, pero... ¿y si te contamos que la elegida para tal fin no ha sido la clásica Madrid, o la típica Barcelona?
Fue Sevilla la que se llevó el gato al agua, y qué gran acierto.
Pasaban seis minutos de las diez de la noche cuando, en el escenario del Estadio de la Cartuja, apareció Flea con el bajo en sus manos. Se le unió John Frusciante a la guitarra y Chad Smith se sentó a la batería. Los conciertos de Red Hot Chili Peppers suelen comenzar con ellos tres solos, haciendo una especie de jam sessión variable que, en esta ocasión, terminó por conducir a Can’t Stop. Pasados un par de minutos se les unió por fin el cantante, Anthony Kiedis.
En cuanto le vimos aparecer y reconocimos los primeros acordes de esta canción del disco By the Way, surgió un grito brutal que provenía de las más de 50.000 gargantas que llenábamos con fuerza el estadio.
A partir de ahí, nos quedaba por delante una hora y media que fue dedicada a su último y duodécimo disco, Unlimited Love, y a repasar canciones imprescindibles de su trayectoria, como Under The Bridge, Snow (Hey oh), Give It Away o la mágica Californication, coreada por todos los asistentes.
Escuchar a la formación clásica en directo es una auténtica delicia para los sentidos. No hay fisuras y puede palparse la complicidad propia de unos músicos que llevan toda una vida compartiendo escenarios.
Es un verdadero privilegio el ser testigo del virtuosismo del carismático Flea. Los elementos diferenciadores del grupo rey de funk rock nacen en sus manos, logrando así líneas de bajo brutales que perpetúan el sello inconfundible de la banda.
Chad Smith, en la retaguardia pero no por ello más comedido, se convirtió en uno de los principales agitadores de la noche.
Por su parte, Kiedis y Frusciante, actuaron como contrapeso más calmado, cosa a la que ya nos tienen acostumbrados.
By the way puso el broche de oro a uno de los mejores conciertos que Sevilla ha podido acoger en los últimos años.
Cuando se encendieron las luces del estadio era imposible ver una icónica camiseta negra de los Red Hot Chili Peppers que no estuviese empapada en sudor. La velada había sido larga... pero, sin duda alguna, había valido la pena.