Soy periodista. Sí, de esas de título y de cabeza al paro. De las raritas de la Facultad que no aspiraban a convertirse en la Sara Carbonero de turno. De ésas.
Por este motivo decidí leer Maneras de ser periodista, sin ni siquiera saber con mucha seguridad ante qué libro me iba a encontrar. No miré el autor, ni la sinopsis… nada. Yo vi «periodista» y ahí que me fui de cabeza. Y menuda sorpresa.
Este libro está compuesto de una selección de algunos de los artículos más representativos del periodista Julio Camba, una de las figuras más interesantes dentro de la Historia del Periodismo en España. Y digo interesante porque, quitando el hecho de la gran calidad que poseen sus escritos, leer a Camba es adentrarte en el mundo del humor punzante característico de su peculiar carácter, y ser testigo de cómo puede evolucionar de forma tan drástica la ideología de una persona con el correr de los años.
Los escritos seleccionados por Francisco Fuster nos trasladan a una época donde podía respirarse el periodismo más puro. La visión más romántica de la profesión tiene cabida entre estas páginas, que hacen la delicia de aquellos que aún viven un poco anclados en el pasado. Debemos decir, eso sí, que aunque el ambiente que rodease a Camba fuese el típico escenario anhelado por un profesional de la información, el periodista gallego no desaprovechaba ninguna ocasión para desmitificar su ocupación.
A lo largo de los artículos el periodista nos confiesa que se ha convertido en una máquina automática para hacer columnas: «Ya pueden ustedes darme las cosas más absurdas: un gabán viejo, un par de gemelos de teatro, una máquina de afeitar, un pollo asado, una mujer bonita… De cada una de esas cosas yo les haré a ustedes una columna de prosa periodística, o, si ustedes lo prefieren, les haré la columna de todas esas cosas juntas».
O, incluso, podemos ver la manera en la que describía sus labores como periodista: «Yo, el abajo firmante, he ‘trabajado’ durante dos años en un periódico que se hacía solo. Ordinariamente, los redactores nos reuníamos en torno de una mesa muy grande, pedíamos café y comenzábamos a charlar y a fumar pitillos. Abajo estaban los talleres».
Resulta entonces muy fácil deducir que Camba estuvo muy lejos de ser uno de esos periodistas que consideraban su profesión como algo sagrado o digno de admiración. De esta manera, Camba fue adoptando una actitud cada vez más frívola y escéptica, que lo llevó a dar un giro de 360º a su propia ideología. Esta faceta del periodista se tornó más evidente a partir del año 1906, y poco quedaba ya de aquel anarquista que en 1902 había fundado su propio periódico llamado El Rebelde.
Entiendo que muchas personas recién salidas de las Facultades de Periodismo no tengan a Julio Camba como referente, aunque su forma de escribir y el humor satírico que caracteriza a sus escritos es algo que puede llegar muchísimo a todos aquellos que pertenecen a mi generación.
Quizá cuando pase el tiempo, y la vida con él, aprenda a valorar de mejor forma que lo que una vez fue blanco puede tornar a otro color. Hasta entonces solo me queda decir: «Vaya, Camba, ¡con lo que tú eras!».