He de confesar que tiendo a hacer juicios de valor sobre las personas teniendo como referencia sus preferencias literarias, algo muy poco eficaz, ya que hay bastantes idiotas con buen gusto sueltos por el mundo.
Quizá esta sea la razón por la que cuando conozco a alguien que me resulta mínimamente interesante la pregunta «¿qué libros te han marcado a lo largo de tu vida?» sea de uso obligatorio.
Una buena respuesta a esa cuestión me llevó hasta esta novela.
Considero que existe un grupo de libros muy concretos que parecen estar escritos para que las personas nos replanteemos cosas. Es el caso de 1984, de George Orwell, o de Un mundo feliz, de Aldous Huxley, entre otros. Pues con Hacia rutas salvajes me ha ocurrido algo parecido. Es de esas novelas que debes leer cuando quieres alejarte de lo establecido, cuando quieres que los engranajes de tu cabeza comiencen a trabajar de verdad.
También es cierto que esta afirmación puede prestarse a muchas controversias. Hay quienes únicamente se quedarán con eso de que la historia va de un chaval que se adentró en Alaska sin ningún tipo de preparación, porque era un arrogante que no pensaba en las consecuencias de sus actos. Los habrá que creerán que estaba completamente loco, ya que no son capaces de asimilar que existen personas en el mundo con principios muy definidos. Y, finalmente, los habrá que, aun entendiéndolo a la perfección, no compartan sus ideales, que, oye, también es muy respetable.
«En 1992, un joven de una adinerada familia de la Costa Este llegó a Alaska haciendo autostop y se adentró en los bosques situados al norte del monte McKinley. Cuatro meses más tarde, una partida de cazadores de alces encontró su cuerpo en estado de descomposición».
De esta manera comienza este reportaje novelado basado en hechos reales y escrito por Jon Krakauer. Lo que aquí se cuenta no es una historia por la que vas avanzando hasta encontrarte con un final inesperado. Se empieza el libro sabiendo en todo momento cómo va a acabar, ya que la intención del autor es profundizar en la personalidad del protagonista, Chris McCandless, para intentar comprender las decisiones que tomó y los impulsos que lo llevaron a terminar sus días en un autobús abandonado en medio de Alaska.
Dudo mucho que vuelva a decir esto, pero me alegro de haber visto la película (dirigida por Sean Penn y protagonizada por Emile Hirsch) antes de haber leído el libro. ¿Por qué? Pues porque lo leí con esa curiosidad por la historia que previamente me había infundido el filme, y, además, me encontré con muchísimo más material que logró calmar mis ansias por conocer más detalles sobre este hecho. Además, hay que tener en cuenta que leer con la banda sonora de la película de fondo es una auténtica delicia (yo es que con Eddie Wedder no soy nada objetiva, lo siento). Todo ventajas.
Respecto a mi opinión sobre McCandless, he de decir que me parecen realmente inspiradoras todas sus divagaciones y su filosofía de vida. Además, ha sido muy reconfortante eso de encontrar puntos de vista o ideas que, en algún momento, también se han paseado por mi cabeza. Siempre he pensado que somos víctimas de algo que intenta moldearnos para mantenernos adoctrinados, que nos lleva a tener miedo de todo y que nos conformemos con lo que nos ha tocado vivir. La educación recibida, los medios de comunicación, los dictámenes de las grandes potencias, etc., son cosas que han contribuido a que olvidemos lo que realmente importa. Y todo esto siempre con nuestro consentimiento, porque lo peor de todo es que nos sentimos comodísimos en este entorno donde tu número de amigos en Facebook y tu imagen de perfil en WhatsApp se convierten en el sistema más eficaz para medir tu felicidad.
Hacia rutas salvajes nos hace plantearnos muchas cosas, algunas de ellas muy incómodas: ¿Alguna vez te has preguntado verdaderamente lo que significa para ti la libertad? ¿Te has probado a ti mismo? ¿Lo que haces lo haces porque realmente quieres o porque, de algún modo, te lo han impuesto?
Por verle un punto negativo a la novela, considero que en algunas ocasiones Krakauer abusa del dramatismo en algunos de los pasajes que hacen referencia a los familiares de McCandless. Teniendo en cuenta que la historia posee de por sí un claro matiz trágico, creo que puede llegar a resultar un poco excesivo. Por otro lado, debo destacar el genial montaje de los diferentes hechos que se nos narran. Todo se va tejiendo como si de una gran manta hecha con retales de tela se tratase: el viaje de Chris, su vida cuando era pequeño, la experiencia del propio autor en una de sus ascensiones al Pulgar del Diablo, extractos de libros subrayados por el propio McCandless, testimonios de las personas que Chris conoció durante sus viajes, etc.
Partiendo de las anotaciones que dejó Chris, creo que al final se acercó a la paz que buscaba y que incluso llegó a comprender que el ser humano no es una ínsula. Y es que, tal y como reza una de las frases encontradas en el autobús mágico, «la felicidad sólo es real cuando es compartida».